Suena..

Giorno 1




26 de octubre de 2010.

Existen buenos momentos, intensos recuerdos, instantes imborrable y palabras inolvidables.
Ese día no solo se juntaron las ganas de vivir un reencuentro con las ganas de conocer la ciudad eterna. El primer viaje del erasmus, la pasta, todas aquellas películas con la ciudad de fondo, el italiano, las vespas, siglos de historia...


Y así empezó el viaje. El día anterior tomé un autobús hasta Berlín ( ciudad a la que pocas pueden quitar el protagonismo, pero las ganas de llegar a la bota eclipsaban casi cualquier situación). Después de pasar el día por las calles de Berlín, arrastrando la maleta por la puerta de Brandenburgo, la torre de televisión o la iglesia de san Nicolás entre otros, me subí al metro que me dejaría en el aeropuerto. Fueron 6h en las que tendría tiempo para dormir, leer, memorizar caras y rincones de aquella terminal pero, poco pude hacer. Revisaba el billete, el nº de la puerta de embarque, que todo estuviese listo antes de que se acercase el momento. Qué horas tan lentas... Salía, fumaba, abría el libro, veía el mapa de la capital alemana, repasaba cada sitio por el que había estado, pesé la maleta ( 3 ó 4 veces) eran a penas unos gramos los que variaban y por supuesto fui la primera en la cola de embarque. La maleta no cambió de peso en el momento de cruzar el control y casi sorprendida seguí adelante. Ya solo faltaba subirse al avión.. La llegada estaba prevista para las 8 de la mañana y esperaba que como bien presumen en Ryanair del 90% de sus vuelos, el mío llegase a tiempo.
Aunque un poco incómodo, el vuelo se adelantó a su hora y me lo pasé respondiendo a las preguntas de un indio que aún a día de hoy creo no entendió mis nervios.
Fiumicino fue la primera base. Solo faltaba seguir la última indicación. Tomar un tren  llegar a Términi. Caótica, colapsada de maletas, se mezclaba lo irónico con lo contrapuesto, pobreza y tiendas de las 1000 y una marcas, no faltaba un Mcdonals ni tampoco japoneses.

Llegué poco antes de las 9 a.m. Y para dar rienda suelta a mis nervios, me perdí. Casi 1h tardamos en encontrarnos. Esperé sentada en el suelo de la estación con la maleta y el gorro boca arriba en el suelo.

El caminaba con prisa, con una americana y pidiendo un corte de pelo a gritos. Había estado esperando en casa pendiente de una llamada, que mi escasa relación con los teléfonos había hecho que nunca llegase. También el llegó tarde. Parecía que el tiempo quisiera que la espera y las ganas se tomasen un largo café.

Fue justo cuando mis nervios bajaron la guardia. Fue justo en ese momento cuando sin a penas girarme, lo vi.

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